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febrero 23, 2012


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TODOS SOMOS HEREDEROS DE ADAN
- Victor G. Pineda Benítez -

Anda en mi cerebro una gramática dolorosa  y brutal... 
VICENTE HUIDOBRO: ALTAZOR

El principal escombro que arrojó el dios del sueño fue la mística creación de Adán. El Adán que sintió en su seno el delirio existencial, el que arrastró los grilletes del destino, el que despertó un día entre la neblina y creyó estar en el cielo. El que sucumbió ante la mirada de la hembra, el palpitante y loco Adán, el que recibió con obtuso eco un látigo intelectual, la hostia de la abstracción, el naturalismo de la ciencia, la doctrina de lo real, la simbiosis de lo imperfecto, la cirugía de la palabra, el dolor por el pensar. Un Adán cabalgando por sus recuerdos, repitiendo con debilidad la historia misma de lo mortal. 
    Este hombre despertó entre el miedo y la turbulenta pesadilla; se refugió en la forma del fuego, acostado sobre la tierra, hiriendo con la constancia de un respiro las sinuosas formas del tiempo. Qué sopor, qué flagelos, qué vida fue tu vida, una presa del destierro y repleta de fragilidad. Flores, mañanas, desiertos y canales; enjambres, huesos y colores; abetos, ceibas y panales; bostezos, deseos y ardores. 
    Desprendiste, ¡oh pobre Adán!, del pecho y de la garganta un sonido que significó el mundo del paraíso. Significaste por el camino a todo camino, significaste las siluetas que se embarraban en tus catástrofes ojeras, significaste la temperatura, la luz del sol, los pasos y las estrellas; significaste el monte, las veredas, significaste a las bestias. Tu poder creativo, dirección en profundidad, se fue impregnando en la hostilidad de la roca y en la indiferencia del viento. Tus gemidos fueron clamores y significaron, también, sus razones elementales; te contagiaste de la creación e hiciste la conjunción. El dolor de espina fue espina, el sudor de tierra fue tierra, el sabor de ajenjo fue ajenjo, la oscuridad del sueño fue vida, y despertaste Adán, como loco a este encuentro. A significar constantemente y a enmudecer con tus palabras los significados del planeta. Te atreviste a hacer tuyo el universo, a silenciar a las sirenas y reescribirlas en epopeyas, a valerte de tus palabras para derribar al hielo, para calificar el vuelo. Te consumió una estúpida razón, intensiva fórmula por comprenderte ciego, te bañaste de palabras y bañaste todo, todo lo que pisas, todo lo que tocas, rosas y pateas. 
    Pero fuiste lejos, anduviste errante con tu quimera alumbrando los desiertos, despertando en las praderas, maquillando tus ideas. ¡Oh, pobre y perdido Adán! Cuando sufriste en el sueño muerte, sufriste con dulce ardor el estupor del silencio, ¿y por qué no gozaste, por qué no arruinaste el silencio con las risas, por qué no iluminaste con tu alquimia el entierro? Y el silencio resonó y tu voz se hundió en el ensueño...
    Entonces dejaste de canturrearle al viento, de significar los ecos, de absorber al cielo; ¿y qué inventaste para mejer tu vida en la ruptura del tiempo, qué invento nació de tu locura, de la desbordante pasión y del delirante anhelo? 
    Perturbado por el ensordecimiento, por la reflexión del fuego en tu cerebro, por la invisibilidad del eco, agonizando en las sombras del destierro, loco y desorbitado, pobre Adán, vomitaste tus razones, te capacitaste para nunca más sentir y expresar, te consumió la neblina del pensamiento. ¡Comenzaste a crear! Te apartaste de las sombras, de las formas del universo, desbarataste tus propios significados, te odiaste por padecer milenios la letanía del nombramiento. Entonces surgió en ti una enfermedad gramatical, un extraño ordenamiento... y todo parecía perfecto, tu preciso lineamiento, tu sagrada configuración, te creías soberano del mundo entero, adiestrando y compartiendo tus placeres, domesticando las estrellas, materializando a las palmeras... pero cobarde y ciego fuiste envejeciendo pobre Adán, más pobre y más ciego que cuando naciste, más solo y más triste. Y el miedo, y las palabras, y tus miradas, ¡ay!, y todas tus veladas, tus sueños de vida soñada, tus porquerías acumuladas, te diste cuenta que cuando hablabas te anquilosabas y te proyectabas contra el tiempo; al mirarte en la especular virgen del sueño añorabas el silencio, lo buscabas entre las oraciones, entre las enciclopedias, entre las significaciones. Nostálgico y derrotado, abrumado de sintagmas, putrefacto entre las palabras, fuiste durmiendo el sueño eterno y ahí, alrededor de tu cuerpo, como etérea mandorla te cubrió el silencio.

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